No Ficción
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![]() por Alexander Páez Guillem López es un autor de género fantástico que ha publicado tres novelas, La guerra por el norte (AJEC, 2010), Dueños del destino (AJEC, 2011) y Challenger (Aristas Martínez, 2015), además de diversos relatos en revistas y antologías como en Presencia Humana Magazine. Ha sido finalista del Certamen Domingo Santos 2014 con el relato “Médicos” y ha publicado un libro ilustrado de aforismos titulado Piensaciertos (Algón Editores, 2013). Esta entrevista está enfocada hacia su última publicación, Challenger, una novela formada por setenta y tres relatos que suceden en Miami, durante los setenta y tres segundos que el transbordador espacial Challenger se elevó en los cielos, antes de convertirse en una bola de fuego y humo. ¿En qué momento surge la idea de Challenger como concepto? Es decir, 73 capítulos cortos alrededor del momento en que el Challenger saltó por los aires. ¿Tenías clara esta estructura antes de ponerte a escribir? Normalmente, cuando me siento a escribir, tengo las cosas bastante claras. Con Challenger tenía trabajado cada capítulo; había lugar para la improvisación, pero no para alterar la estructura. Yo quería hacer un “vidas cruzadas” en torno al desastre del transbordador, no sabía que tendría setenta y tres capítulos aunque me preparé para muchos más. Más adelante, elegí ese número no sólo porque el Challenger volase ese tiempo antes de desintegrarse en el cielo, sino por la significancia que tenía. Durante el proceso de documentación descubrí que la fuga en la junta de uno de los cohetes se produjo desde el mismo momento en que se dio la orden de ignición. El Challenger debería haber estallado en la misma plataforma de despegue. Sin embargo, unas pequeñas partículas de aluminio que se utilizan para mantener la densidad del combustible sólido bloquearon la fuga y el transbordador despegó y voló esos setenta y tres segundos. La misión de esas partículas de aluminio era otra pero construyeron nuestra realidad. La novela tiene setenta y tres capítulos porque representa esas pequeñas cosas que tienen el poder de alterar nuestro mundo. De esa forma, la estructura de la novela es el mensaje en sí mismo. Yo creo que la novela no sólo es una forma narrativa sino también un artefacto visual capaz de narrar en su fondo y su forma. ¿Tenías claro que iban a ser 73 capítulos, ni más ni menos? ¿Hay relatos que se han quedado fuera del libro? Como ya he dicho, preparé muchos más. Una vez desarrollé el concepto de que —al igual que una explosión que nadie esperaba, ocurrió— todo era posible o probable, me dispuse a crear esa sensación en el lector, de que cualquier cosa podía pasar. Así que no me corte un pelo a la hora de trabajar géneros o temas: todo tenía cabida en Challenger porque alimentaba el sentido de la maravilla. Se queraron por el camino o están en alguna otra parte, depende de cómo se mire. ¿Cómo enfocas el género fantástico desde tu novela? Cuando uno investiga un poco en lo que ocurrió en Cabo Cañaveral aquella mañana, ve las fotografías, los documentos gráficos previos al despegue, se percibe una euforia colectiva. Nadie se había planteado que las cosas podían ir mal. Quizá alguien lo hizo —algunos ingenieros lo hicieron, como demostró la comisión Rogers— pero nadie les escuchó. Y, sin embargo, lo imposible ocurre y todo se viene abajo. Hay un momento de silencio que hiela la sangre en los vídeos. La gente mira al cielo y se pregunta qué está ocurriendo. Ahí es donde lo fantástico se hace real, lo improbable ha ocurrido y ¿ahora qué? Se abre una grieta en el horizonte caribeño de la ciudad y ahí lo tenemos. Al final resulta que el hecho fantástico es tan sólo una cuestión de probabilidades, un factor estadístico en nuestras vidas. En otra entrevista contestas que como escritor de fantasía puedes describir un lugar (Miami) sin estar allí. Entonces, ¿el Miami de Challenger existe, o no? Pero es que ahí entramos en el terreno de la definición de existencia. ¿Existencia material? ¿Existe porque nosotros creemos que existe o porque yo escribo que existe? Quiero pensar que existe, no sólo de la misma forma en que lo hacen Las ciudades invisibles de Italo Calvino —o Mickey Mouse o Dios, que también existen—, sino que, de nuevo por probabilidades, en alguna parte es real. Las localizaciones, el contexto cultural e histórico, la línea temporal… todo eso es auténtico, pero ¿existe un cartero en Miami llamado Mario Constanzo cuya familia huyese de Filadelfia acosados por las deudas de juego? ¿Hay una tienda de cómics en NE 83 rd terrace regentada por dos nerds y su colega, un gordo dueño de todo un edificio? No lo sé. Me gusta pensar que es probable. ¿Por qué escoger personajes reales? ¿No estamos hablando de fantasía? ¿Por qué esta decisión? ¿Es necesaria una buena dosis de realidad para que la fantasía funcione? La nota al principio de la novela es la trampa de la metaficción. También es una declaración de intenciones y un aviso al lector: atención, todo lo que viene a continuación es real, deje su juicio y sus prejuicios aquí; estilo Dante y Virgilio cogidos de la mano, pero de buen rollo. La realidad es nuestra vara de medir; todo lo juzgamos conforme a lo que creemos conocer, así que la fantasía tiene que ser mesurable —que no mesurada— en el sentido de que tenemos que compararla y aplicarle parámetros que creemos reales para comprenderla. Podemos escribir sobre mundos gaseosos o razas alienígenas cuyo lenguaje no es sonoro sino basado en la policromía, no importa porque todo se hace inteligible gracias a la nuestra realidad. En los últimos años estamos viviendo un proceso de racionalización de lo fantástico —no sólo en la literatura, en todos los aspectos cotidianos. El auge de las pseudociencias tiene mucho que ver con esto—, se desarrollan procesos por los que la magia tiene una base científica, todo tiene una metodología científica comprensible para el lector. Sanderson sabe tela de eso. Hasta George Lucas inventó los malditos midiclorianos y convirtió Star Wars de fantasía a ciencia ficción. La racionalización de la literatura fantástica es un hecho lógico si observamos la tendencia a expandir su nicho y difuminar las fronteras del género. Me interesa saber tu punto de vista ante el cambio de estilo y de temática con el que enfocas la fantasía. Pasar de dos novelas de cientos de páginas sobre fantasía épica, a Challenger, una novela de difícil clasificación. ¿A qué se debe? Se debe a que soy inquieto y me gustan los retos literarios. Challenger era un proyecto que merecía ser escrito. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes; es algo que siempre recuerdo cuando tengo una buena idea. Pero tampoco soy tan clásico. Mis novelas de fantasía épica son bastante atípicas en todo caso. En 2008 me pregunté: ¿Akira, mutantes con poderes, clérigos guerreros y elfos alienígenas? ¿Puedo hacer eso? Y lo hice —aunque por circunstancias editoriales se quedó a medias—. Con Challenger pasó un poco lo mismo. Lo malo es que necesito un curso de marketing para vender mis ideas porque cuando las explico siempre provocó un montón de caras raras. Tranquilos, soy más mainstream de lo que parece. La novela se centra más en el enigma cotidiano, en el misterio de lo mundano, que en la propia tragedia del Challenger. ¿Por qué Challenger? ¿Por qué no cualquier otra tragedia televisada? Jovenzuelo, la gente de mi edad recordamos el día en que el Challenger se esfumó en el aire. Escribir algo alrededor de aquel día es algo que necesitaba sacar, fuese como fuese. El plan era utilizar una tragedia generacional que hubiese sido asimilada por la cultura popular, convertida en una verdad absoluta en el subconsciente de todos: el Challenger estalló. Y después contraponer el hecho fantástico. Provocar un pequeño cortocircuito con las verdades absolutas es alimento de la buena magia. Valoré utilizar otras grandes tragedias —WTC es algo que acude a la mente de todos— pero el hecho de un Transbordador espacial que despega, el cénit de aquella escalada capitalista que eran mediados de los ochenta, el personaje de la maestra a bordo… todo jugaba a favor de que Challenger fuese Challenger. ¿Cómo definirías la fantasía desde tu punto de vista, teniendo en cuenta todo lo anteriormente mencionado? Soy bastante académico en ese sentido. Sin embargo, para Challenger, y como ya dije antes, me preparé a escribir sobre un concepto nuevo para mí: lo inesperado. No es realismo mágico y le va de maravilla al fantástico urbano que pretendía dibujar. Aparece cuando la realidad se viene abajo por sus propios medios —que son muchos— y los personajes están indefensos, boquiabiertos y desnudos. ¿Nos podrías contar tus influencias directas para Challenger? Además del propio accidente; películas, autores, novelas… Quiero pensar que he tirado mucho de Carver —y que sigo tirando cada vez que me pongo con un relato—. Y por supuesto, Robert Altman; no sólo en la referencia cinematográfica de Vidas Cruzadas —que siempre me ha maravillado—, sino en la capacidad de los personajes de tomar el timón de la narración y convertirse en motor, a veces escacharrado y caótico, de la novela. La Colmena, de Cela, es un libro que me dejó patitieso hace más de veinte años, así que supongo también hay algo de él aquí; y de la Comedia Humana de Balzac o Italo Calvino; una novela de Geoff Ryman titulada 253 me marcó un poco el camino; Márquez y Cien años de soledad, como no…
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July 2022
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