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No Ficción

Artículos, Opinión, Entrevistas, Reseñas, Noticias

Entrevista a Laura Fernández

4/10/2022

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«Escritores somos todos, porque nuestras vidas son novelas que no tenemos otro remedio que escribir»


Laura Fernández (Terrassa, 1981), según afirma ella misma en sus redes sociales, es escritora y periodista, además de fan de Stephen King y Joy Williams. Es la mente detrás de títulos como Connerland (Literatura Random House, 2017), La Chica Zombie (Seix Barral, 2013), El Show de Grossman (Aristas Martínez, 2013), Wendolin Kramer (Seix Barral, 2011) y Bienvenidos a Welcome (Elipsis, 2008). Su última novela, La Señora Potter no es exactamente Santa Claus (Literatura Random House, 2021), ha cosechado importantes reconocimientos de la crítica, como el premio El Ojo Crítico de Narrativa 2021​, el Finestres de Narrativa 2021​ y el premio al Mejor Libro de Ficción de 2021 por los libreros. Como periodista, puedes leer sus artículos en medios como El País, 
 
SuperSonic: Nos gustaría conocer la manera en la que bautizas a tus personajes en La Señora Potter no es exactamente Santa Claus (¿por qué todo el mundo tiene tres nombres?) 
Laura Fernández: Soy una gran coleccionista de nombres. Tiendo a llevar una libreta encima, como los Benson, y a anotar los nombres que me llaman la atención. Sobre todo, mientras leo. También los apellidos. Lo que surge es siempre una mezcla de unos y otros. La razón por la que en este caso todos tienen tres nombres (menos Stumpy MacPhail, que es el primer personaje que creé para esta novela y que viene del universo Connerland en ese sentido, en el que todos tenían un único nombre), en realidad, dos nombres y un apellido, es porque me permite jugar con la idea de que nadie es exactamente nadie. Todo en nosotros está en movimiento, incluso la forma en que se nos llama. Y me gusta que cada personaje tenga un nombre de hombre y de mujer a la vez. También ese tipo de forma está siempre en movimiento. 
 
S: ¿Por qué crees que no se toma en serio el humor en nuestra tradición literaria? 
LF: Es un misterio absurdo. Diría que porque los de Ahí Arriba, los que dictan lo que es y no es Tradición Literaria, no han leído tanto como deberían, o querrían, y por lo tanto, no son tan libres como deberían o querrían cuando escriben, y por eso creen que los demás tampoco deben serlo, y se jactan de no tomarse en serio a aquello que no se toma en serio y que precisamente por eso se toma más en serio. O también podría decir que el humor es síntoma de inteligencia, o en palabras de Nietzsche, «la potencia intelectual del ser humano se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar». Así que no tomarse en serio el humor habla en contra del que no se lo toma en serio, ¿no?
 
S: A tenor de la pregunta anterior, ¿piensas que el uso del humor en la literatura de género nos permite huir del cinismo? 
LF: El humor, en el género y fuera de él, nos permite desactivar la realidad, y todo lo que tenga que ver con desactivar la realidad, me interesa. También nos permite ser más críticos con nosotros mismos, y con todo. El absurdo es la única forma en que concibo cualquier tipo de aproximación a lo que el ser humano hace en el mundo, y, por supuesto, la más divertida, y quizá, la más exacta. El cinismo es impostura de aquel que no sabe en qué consiste nada pero finge hacerlo y, de paso, trata de aplastar a todo el que tal vez lo sepa mucho mejor que él.
 
S: En una entrevista comentas que se te ocurrió La señora Potter no es exactamente Santa Claus viendo una serie de Soderbergh. ¿Podrías compartirlo con nuestros lectores? 
LF: (JOU JOU JOU JOU). Eso no es del todo exacto. Podría decirse que esa serie de Soderbergh, que se llama Mosaic y que protagoniza Sharon Stone en el papel de una escritora de novelas infantiles en mitad de una estación de esquí en la que hay un parque con sus personajes, es una de las piezas de La señora Potter, pero no la única. Hay cientos de miles. Aunque la principal es la visita que hice a Drobak, el pueblo en el que supuestamente veranea Santa Claus.
 
S: Cuánto tiempo te llevó escribir La señora Potter no es exactamente Santa Claus? ¿Cómo fue el proceso de desarrollo del libro desde que la idea apareció hasta que entregaste el manuscrito?
LF: Estuve cinco años escribiendo la novela. Como tengo un trabajo que me ocupa todo el día, escribo a partir de cierta hora de la tarde —justo antes de la cena—, siempre con la misma música y siempre alrededor de una hora al día. Nunca sé a dónde va la historia hasta que estoy ahí delante, así que soy mi primera lectora. En esta ocasión, además, llevé un diario de la novela que me permitió no perder el hilo y preguntarme cosas sobre cuál debía ser el siguiente paso. Los personajes surgen sin parar, es como mi forma de estar en ese otro mundo. Para mí, escribir es como abrir una puerta a otro mundo en el que paso tanto tiempo como puedo cada día, y que no quiero que se acabe. Por eso, en cuanto acabo una novela, empiezo otra, para no pasar ni un día sin estar en otra parte infinitamente más apasionante que el mundo real.
 
S: Leyendo la novela no dejábamos de pensar en Pedro Páramo y Twin Peaks, porque sentíamos que los personajes de postal navideña estaban atrapados en sus propios infiernos, entendidos estos más como obsesiones un tanto enfermizas que como espacios de tortura infinita. De alguna manera, podríamos decir que todos vivimos más o menos atrapados por nuestra realidad… ¿qué opinas? 
LF: Sí, pero a la vez diría que todo aquello que vemos o leemos, que de alguna forma, consumimos, nos expande, expande nuestro yo de una forma que no podría expandirse si estuviéramos aislados. Evidentemente, hay que estar abiertos a que todo lo que ves o lees o escuchas te deforme o forme en algún sentido, pero cuando lo estás, puedes adoptar tantísimos «yoes» que te conviertes en la sala de gente de la que habla ese personaje de Thomas Pynchon en una de las citas que da pie a la novela. Diría que todos somos un pequeño planeta, más o menos del mismo tamaño por fuera, pero inmenso por dentro, con infinidad de pasillos e infinidad de puertas que dan acceso a infinidad de mundos. Todos crecemos sobre todo hacia dentro.
 
S: Escribir implica decisiones todo el tiempo y no solo sobre qué contar sino sobre cómo hacerlo. Tienes una manera muy particular de usar el lenguaje con frases que repites, o con el uso de las cursivas y de las mayúsculas entre paréntesis. Sin esos recursos, la historia de Kimberly Clark Weymouth no tendría los mismos colores, el mismo trasfondo. ¿Es una forma de interpelar continuamente al lector? ¿Qué te llevó a apostar por esos recursos? 
FL: Como dijo en una ocasión Kurt Vonnegut, uno de mis autores favoritos, el estilo es fruto de tus limitaciones. Lo único que sé es que no sé escribir de otra forma. Para mí la forma importa tanto como el fondo, y tiene que estar viva en todo momento. Las palabras tienen que crecer y empequeñecerse y dejarse usar en cursiva y expandirse también, en significado, a partir de todos los recursos de que disponemos como autores. Los signos de puntuación no deben ser una limitación sino todo lo contrario. Alguien me ha dicho que la novela respira antiautoritarismo, y estoy muy de acuerdo. Los personajes no quieren ser lo que se les impone, la lengua, tampoco. Y eso ha sido así desde el principio, en mi caso, esta novela no es una excepción. 
 
S: Te han preguntado varias veces por la influencia que ser periodista tiene en tu obra pero, ¿y al contrario? ¿Tiene eso algo que ver con que haya tantas escritoras y escritores en la novela? 
LF: No hay nada que me atraiga más, como lectora y como escritora, que un personaje escritor. Mi personaje favorito de todos los tiempos es Arturo Bandini, el escritor encantadoramente terrible de John Fante. Y luego está que los conozco como nadie, porque soy una de ellas, y porque me paso la vida entrevistándolos. Además, considero que historias repletas de historias como las que escribo tienen todo el sentido cuando se cuentan con escritores dentro. Amo la ingenuidad de los escritores. En realidad, escritores somos todos, porque nuestras vidas son novelas que no tenemos otro remedio que escribir.
 
S: ¿Cuál es el último libro que has leído y el más reciente que hayas abandonado?
LF: El último libro que he leído es Noches en el circo de Angela Carter, y el penúltimo, Sabático, de John Barth. Abandoné Buena suerte de Nickolas Butler porque a veces me pasa que si no termino de leerlo antes de entrevistar al autor, luego ya nunca lo acabo. Me quedé a veinte páginas del final.
 
S: ¿Puedes contarnos cuáles son tus proyectos futuros?
LF: Otra novela repleta de escritores. Esta vez, escritores de libros de viaje de viaje a alguna parte, todos juntos.
 
 
 

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