Catherynne M. Valente Traducción de Arrate Hidalgo 1. NIHILISTA Me llamo Tetley Abednego y soy la chica más odiada de Villa Basura. Tengo diecinueve años. Vivo sola en Hoyo Candela, donde nací, y no tengo amigos salvo por un alcatraz deforme al que he llamado Fanta de Uva y un cachorro huérfano de elefante marino al que llamo Descuentazos, y también la flor de hibisco que hace poco decidió brotar en mi tejado, pero todavía no le he puesto nombre. Adoro las enciclopedias, una cinta de casete que encontré a los ocho años en la que pone Madeline Brix Mix Superchulo 97 con una letra muy bonita, las obras del Sr Shakespeare o el Sr Webster o el Sr Beckett, el pintalabios, Villa Basura y a mi hermano mellizo Maruchan. Maruchan es el único que me corresponde, pero es mi mellizo, así que no cuenta. Dejar de querernos sería igual de fácil que que el mar dejase de ser tan codicioso y nos devolviera China o la radio en hora punta o los osos polares. Pero ya nunca me visita. Cuando éramos pequeños, Maruchan y yo siempre nos hacíamos la misma pregunta antes de irnos a la cama. Todas las noches nos metíamos juntos en Nuestro Fuerte—una cama hecha fortaleza inexpugnable cama que habíamos apañado nosotros mismos con los esqueletos despiezados de cochecitos, cunas y algún que otro moisés—. Ocupaba todo el dormitorio. Nadie podía vernos cuando estábamos dentro, una vez cerrábamos el ojo de buey (una tapa de alcantarilla que sisé de Abadía Chatarra, con estrellas, una luna creciente y las palabras mágicas Contador de Agua de Nueva Orleans grabadas), y creíamos que tampoco nos podían oír. Nos tumbábamos juntos bajo nuestro dosel, hecho de un encaje de moho verde, capotas de cochecito desgarradas y móviles a los que solo les quedaba un pececillo roto. A veces yo preguntaba primero y otras veces lo hacía él, pero nunca respondíamos lo mismo. —Maruchan, ¿qué quieres ser de mayor? Lo pensaba seriamente. Una vez, lo recuerdo, dijo en un susurro: —¡De mayor quiero ser el Támesis! —¿Y eso para qué? —reí yo. —¡Porque el Támesis se hizo tan grande y tan mandón y tan fuerte que se comió todo Londres de un bocado! Nadie le manda a un Támesis lo que tiene que hacer o a quién se tiene que comer. Un Támesis te manda a ti. Imagínate poder comerte toda una ciudad y no tener que compartirla con nadie. Y encima había millones de anguilas en el Támesis y a mí solo me dejan comer anguilas en Pascua, y eso es superinjusto porque yo quiero comerlas todo el rato. Y él hacía como si me mordiera y me comiese entera. —De acuerdo, pues tú serás el Támesis y yo seré el Misisipi y juntos nos comeremos el mundo entero. Luego nos dormíamos y soñábamos el mismo sueño. Siempre soñábamos lo mismo, que era como vivir dos veces. Después de aquello, cada vez que teníamos hambre, que era todo el tiempo, sin parar y para siempre decíamos «¡A Londres que nos vamos!», hasta que volvimos tan locos a nuestros padres que prohibieron la palabra «Londres» en casa, pero no se puede prohibir una palabra, así que: que les den. (Continúa en SuperSonic #8)
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