Brandon Sanderson
Traducción de Manuel de los Reyes (La historia de este relato merece ser contada. Brandon Sanderson la escribió en 2006, cuando estaba saliendo con una joven profesora. Una de las alumnas, llamada Matisse, de aquella profesora presentó un trabajo muy completo sobre Elantris, en el que se incluían esbozos de los personajes, muestras de las telas de los trajes, y todo tipo de materiales sobre el universo de la obra, formando una auténtica experiencia multisensorial. Cuando Branson se enteró y vio el proyecto, se le ocurrió contar una de las historias ocultas de Elantris, y decidió hacerlo desde el punto de vista de un personaje que bautizó con el nombre de la alumna. No solo la alumna quedó encantada al enterarse de que Brandon salía con su profesora y que había escrito un cuento con un personaje que se llamaba como ella, sino que la joven profesora quedó tan impresionada por aquel escritor que, con el tiempo, se casó con él.) —Mi señor —dijo Ashe, mientras entraba flotando por la ventana—. Lady Sarene os ruega que la perdonéis. Llegará un poquito tarde a cenar. —¿Un poquito? —preguntó Raoden con una sonrisa, sentado a la mesa—. La cena debería haber empezado hace una hora. Ashe palpitó levemente. —Lo siento, mi señor. Pero… me obligó a prometerle que os daría un mensaje si protestabais. «Dile», fueron sus palabras, «que estoy embarazada y es culpa suya, lo cual significa que tiene que hacer lo que yo quiera». A Raoden se le escapó una carcajada. Ashe palpitó de nuevo, adoptando lo que para los seones como él debía de pasar por una expresión compungida, habida cuenta de que eran simples bolas de luz. En su palacio, dentro de Elantris, Raoden exhaló un suspiro y apoyó los brazos encima de la mesa. Las paredes que lo rodeaban relucían con una sutil claridad, sin necesidad de antorchas ni lámparas. Siempre le había extrañado la ausencia de ménsulas para la luz en Elantris. En cierta ocasión, Galladon le había explicado que había unos paneles que brillaban cuando uno los oprimía, pero ambos habían olvidado el resplandor que emanaba de las mismas piedras. Contempló su plato vacío. «Hubo una época en la que luchábamos con uñas y dientes por un mero bocado», pensó. «Ahora, es tal la abundancia que podemos permitirnos el lujo de dejar que los alimentos se enfríen durante horas sin acordarnos de ellos.» (Continúa en SuperSonic#5)
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